Una sagrada familia. Ensamblada. Disfuncional y sin embargo -como todas- funcionando. Y Dios Padre allí, desplazado por el hijo, terreno, vulgar y tech. La puesta teatral suele ser la imaginería de la imagen. La puesta en cosa, en materia, bella pero inevitablemente inanimada, resignada de aquello que podía habitar dinámico y vital en la imaginación del lector de la pieza. El fracaso del icono. ¿O es al revés?: nada existe, toda lectura es mito, pura bruma, nubes en las que creemos ver forma, hasta que en el espacio, en el escenario, se hace por fin la luz y el ícono triunfante aparece. Su cuerpo imperfecto. Mortal. Pero rotundo. Como esta pieza: un misterio que exige a su lector iconoclasta.