Este libro de Juan Domingo Argüelles, poeta y promotor de la lectura, pretende ser una invitación a la poesía. Sobre todo a la lectura de poesía. Hay muchas cosas de la poesía que pueden decirse sin gesto grave y sin gesticulaciones dramáticas; en especial, sin solemnidades arcaicas y sin toda esa parafernalia de ridiculez ceremonial que con tanto tino fustigó Witold Gombrowicz en su libro Contra los poetas. Hay que bajarles los humos a los poetas, y hay que bajarle los humos a la propia poesía. También a los críticos y a los falsos críticos de poesía. Hay que leer poesía para saber qué es la poesía. Hay que poner en evidencia lo poético y lo no poético. Pero, por encima de todo, hay que conseguir que la gente que no lee poesía la descubra como ha descubierto otras posibilidades de gozo y de libertad. Escribir poesía para que sólo la lean y la celebren los poetas es un asunto fastidioso y una utilidad egoísta. Juan Gelman lo dijo de modo extraordinario en el poema con el que cierra su libro País que fue será:
El día que el corazón aprenda a leer y a escribir se verán cosas grandes...