AA.VV
Pero Morejón precisa un interés fundamental del grupo: “las llamadas ‘malas escrituras’”, para ella Piñera y Lorenzo García Vega. Yo diría: escrituras idiotas. No escrituras experimentales, complejas, transgresoras: escrituras torpes, mala leche, terreno de la vanguardia una vez superadas vanguardias y postvanguardias (en el epílogo de Memorias de una clase muerta Aguilera se refiera a esa “cultura del sinestilo, del plagio, de la idiotez” como parte de una tradición ‘moderna’ de lo conceptual”). Aquí cabrían como ejemplo las escrituras caprichosas de varios integrantes del grupo, plenas de insensateces, sinsetidos, diminutivos insidiosos, gratitudes, deficiente puntuación, o bien las escrituras maniáticas, seriales, mecánicas, herencia directa de García Vega, el origenista mas reivindicado por Diáspora(s). De atenderse esta estirpe, habría que convenir que Diáspora(s) –si existió una práctica de escritura más o menos común a todos ellos– ha trabajado menos en los niveles temático y estructural que en el lingüístico/prosódico y en el nivel conceptual de los textos. Ahora bien, si se hace explícito el paradigma de la lengua común –la lengua es una solo más allá de las fronteras: de España a México a Argentina–, paradigma construido y reivindicado de Menéndez Pelayo hasta Vuelta (y si me apuran, hasta Las ínsulas extrañas), puede nuevamente aclararse la desatención que ha rodeado el proyecto de Diáspora(s). Me refiero a que ese paradigma de la lengua común, que en ciertos momentos pudo construir una especie de avanzada cosmopolita y crítica –el momento de Plural, por ejemplo, justamente contra la apuesta por la solidificación de lo conversacional/nuevatrova de la oficialidad cubana–, dejó de ser, como bien detectó Ignacio Echevarría, un canal de comunicación o un arsenal que esgrimir frente a las dictaduras culturales del los Estados, y se convirtió en cambio en una plácida nivelación verbal, idónea para el benévolo mercado internacional que acaparó el medio literario de los noventa. A esa mutación de la lengua común Echevarría la llama “interlingua”: “sólo los libros escritos en esa interlingua obtendrían patente de difusión fuera de las fronteras del país en el que han surgido”. Lo interesante es que Echevarría piensa en la dificultad que encontrarían los textos trabajados en registros orales para ser difundidos en un nuevo circuito de compra y lectura; piénsese qué pasa cuando ni siquiera se trata de eso –qué podría venderse como neofolclor o neoautenticidad–, sino algo así como lenguas-habladas-muertas (Saunders) o lenguas-escritas-maltraducidas (Prieto, Aguilera).
Gabriel Wolfson