AA.VV
Veo la ciudad y encuentro en ella, en sus muros y en sus vueltas, a la otra ciudad: la que rescata del olvido la memoria. Veo: recorro sus calles y percibo el movimiento de las otras, las que fueron.
La contemplación no guarda límites. Recuerdo que hace poco tiempo, mientras escribía un texto con el tema de ciudades coloniales, reflexioné en algo que quizá pocas veces hemos reparado porque la inercia de la vida cotidiana tiene lo suyo: si nos ha tocado nacer en una ciudad en la que hemos crecido entre su cultura y sus costumbres, hay que aprender entonces a vivirla.
Quiero decir que algo de ellas nos detiene y nos arraiga: el sentimiento de pertenencia. Y escribí también que vivir una ciudad es tenerla siempre presente en la memoria, ver sus paulatinos cambios y redescubrirla cada día y a cada momento. Toda ciudad y sombra cautiva. ¿Qué decía el personaje de una extraviada novela?: que le gustaría ver la ciudad, la que habitó toda su vida, con ojos ajenos los extraños para sentir la experiencia y la proximidad de un primer impacto.
