He decidido escribir sobre lo que le pasa a mi cabeza. Sobre el dolor que vive en ella y que a mí no me deja vivir. Sobre los ruidos que insisten y me mantienen siempre vigilante. Sobre todo lo que se pierde, a pesar de que esta mano, que ahora va por mi frente, intente sujetarlo. Como se puede ver, no hablo de mí. ¿A quién le importa mi yo si ni siquiera a mí me interesa? Hablo de enfermedad. Efectivamente, el mundo tiene el diámetro de mi cráneo. Explicar por qué la noche está en mí y me devora incansablemente es lo más político que en estos momentos puedo hacer. Tuve que infectarme de muerte para sobrevivir, y entonces pude entender la vida y el dolor del mundo. Quiero explicar que la travesía de la noche lleva el malestar de la resistencia. Que es un camino solitario pero no en soledad. Porque lo que no se puede decir hay que gritarlo. Un grito no requiere justificación. Tan solo necesita una boca dispuesta a desgarrarse y unos oídos que quieran escucharla. He escrito este libro porque presiento que lo que me pasa no es muy distinto a los que a mucha gente le sucede. Para acabar diré que en este texto no hay un ápice de ficción. Solo la ficción propia de toda escritura y la impostura que existe en un yo que habla, aunque el autor crea que su escritura está hecha con sangre.