Un buen día caí en cuenta de que recordaba mis lecturas no por sus metáforas y giros literarios, no por su trama y técnica narrativa, sino por sus referencias culinarias. Soy un lector prosaico y burdo. Clasifico los libros en aquellos que despiertan mi apetito y aquellos que lo inhiben. Que los eruditos se encarguen de la taxidermia literaria; dejo a los sesudos críticos la clasificación de libros como brillantes, mediocres o malos, como clásicos o best sellers.