Como espectadores de la vida, en la mayoría de los casos, nuestra lectura deá ésta es fragmentaria y equivoca. Desde una ventana, desde el auto en movimiento, la mesa de un café o caminando por la calle, somos testigos presenciales de jirones de vida (“pedazo roto de cerámicaö) a veces insignificantes para nosotros y a veces –quizá las menos profundamente perturbadores. En estos últimos casos, la capacidad de fabular de cada uno, el dramaturgo interno –por decirlo así, busca desesperadamente reconstruir el todo semántico al que pertenece el fragmento de vida que acabamos de presenciar. La mente trabaja a marchas forzadas, movida por nuestro morbo o expectativas (¿y acaso son dos cosas distintas?), por construir un antes y un después de la escena perturbadora que nos toco en suerte contemplar; darle rostro a nombre a esos personajes que nos son anónimos, pensar lo que mueve sus acciones.áUn fragmento apenas de un sistema de relación, el hacer atípico de alguien en un espacio equis, el gesto ambiguo que contiene una poderosa historia, son los motores de los Textículo (fuera de albur, o con él) que el dramaturgo valenciano José Sanchis Sinisterra ha sustraído a la realidad. Pertenecen a sus indagaciones sobreá “dramaturgia de la fragmentaciónö y son claro ejemplo no sólo del escritor que es sino de las búsquedas teóricas y pedagógicas que lo han hecho un imprescindible de la escena contemporánea mundial.
