La racionalidad nos invita a aseverar que a nadie le gusta perder. Así, surgen preguntas tales como: ¿en qué ciudades una fuerza política deberá desplegar sus campañas para conseguir más votos ante unas elecciones? ¿dónde debe promocionar sus ventas un fabricante de vehículos eléctricos? ¿Cómo debe repartirse la ganancia conjunta obtenida por un grupo de comerciantes cuando actúan en alianza? ¿Qué coalición conviene más a un partido político para formar gobierno? ¿Armarse o cooperar?
Los ejemplos anteriores nos muestran que la vida cotidiana nos presenta numerosas situaciones en las que dos o más partes, con intereses distintos y a veces divergentes, compiten por posiciones, ganancias o recursos valiosos y a la vez escasos. Cuando dichas partes tienen la posibilidad de ejecutar diversas acciones encaminadas a alcanzar sus respectivos objetivos y orientadas siempre por sus preferencias individuales, se producen de manera natural situaciones conflictivas.
Un juego es un modelo de decisión que puede ser reflejo tanto de un entorno hostil, donde la competición esté presente, como de un entorno de colaboración mediante alianzas, sin que cada parte (jugador) conozca a priori, siempre y con certeza lo que decidirán las partes restantes (los otros jugadores) ante un conflicto o un futuro acuerdo.
La representación de los juegos mediante modelos matemáticos ha dado lugar a la Teoría de juegos, la cual es una rama de la Matemática Aplicada cuyo propósito es el estudio formal y abstracto de las características generales de situaciones competitivas y colaborativas, tratando de dar soluciones racionales a tales situaciones.