A pesar de que ha formado parte de los autores a quienes el centralismo reduce con el adjetivo de ´regionalistas´ (con la injusta connotación de género menor), el teatro de Sergio Galindo se ha mantenido fiel a una voz y una historia, las de la tierra expoliada, que no pueden ser más globales.
Sus personajes resultan entrañables no sólo por los giros, acentos y gracia de su lenguaje sino porque, al igual que la tierra, son victimados y surgen de esa misma entraña que es origen de todo, aun cuando nuestra modernidad la desconozca.
Especialmente en La siembra del muerto, Sergio Galindo demuestra su ser universal inclusive en la forma. Abandona el relato lineal para jugar con los espacios y con los tiempos, y abre las posibles lecturas de un mismo hecho no sólo a quienes fueron sus protagonistas, sino a quienes somos sus espectadores.
Con las rupturas espacio temporales, busca subrayar la trascendencia del relato: lo que fue entonces también ocurre hoy, y se contará mañana de otra forma. Estamos, entonces, ante la celebración de un mito.
El enfrentamiento entre el poder injusto y la rebelión, entre verdad y mentira, así como un uso perfecto del lenguaje y la sabiduría escénica —producto de más de tres décadas de hacer teatro—, hacen de La siembra del muerto una de las obras más importantes de nuestra dramaturgia contemporánea.
José Ramón Enríquez
