El tema de Saña está en su título, una exploración en torno a ese sentimiento, más allá del rencor, del odio, de la inquina. “Encarnizarse es cebarse en la carnicería, como hace el perro cuando degüella alguna res... Y el que en algún negocio se muestra cruel y no quiere aflojar en perseguir y acosar al que quiere mal, decimos estar encarnizado; y no con menos propiedad se dice del que está cebándose en el vicio de la deshonestidad.”
Saña consta de textos aparentemente aislados; aunque cada uno valga por sí mismo y sea autosuficiente, el hilo narrativo va anudándose a medida que la lectura se prosigue. Varios temas se entrecruzan y algunas historias, como la de los pintores Bacon y Spencer, las andanzas de Rimbaud o la del músico Scarlatti, se van desarrollando en fragmentos discontinuos y diacrónicos; otras se ocupan de cosas diversas cuya relación, aparentemente microscópica, se ha ido tejiendo cuidadosamente.
Una de las preocupaciones fundamentales del texto sería delimitar lo indelimitable, aquello que separa la santidad de la impureza, lo sucio de lo limpio, la mutilación de lo íntegro. Para ello, el lenguaje se quiere preciso, tajante, ensañado, carnicero: trabaja con asociaciones inusuales y cada fragmento es a la vez literal, metafórico y parabólico. ¿Sería posible pensar que al terminar la lectura el libro se transforme en una sola y gigantesca metáfora construida de forma sostenida pero imperceptible?