Adentrarse en la lectura del Puente de las brujas
es sumergirse en la geografía simbólica de un
paisaje patagónico. Es el palimpsesto de un
pueblo, de una casa y de una familia, que el
caudal de un río reescribe siempre con la misma
historia. Es el regreso de un hombre al lugar
donde creció para cuidar al padre enfermo. ¿Qué
implica volver? Una contradicción irresoluble:
todo ha cambiado, y a la vez, permanece
inalterable; es advertir que las sombras de los
lugares habitados no han perdido su naturaleza
amenazante.
Hay un hilo lejano, mítico y salvaje que dibuja
la escritura de Juan Fernández Marauda. Uno
que nos habla de esa noche que es todas las
noches. Un tiempo anterior que las aguas del río
preservan como un eco, y que, arremolinándose,
nos envuelve en su vértigo, y nos hunde en el
corazón mismo de la tristeza.