Muchos escritores y no pocos poetas hablaron de sus padres, escribieron bajo esa confianza ciega llamada deseo. Invocaron una autoridad discreta que los ligaba a un precipitado de alarmas oníricas y plegarias genéticas, efectos y disonancias rítmicas que ahora nos enfrentan a un dolor como destino. De eso no se aparta la poesía de Gerardo Villanueva. Su balbuceo poético no es infantil, y nos pone a prueba con un habla que es también una repetición enigmática de ritornelos que dicen: “… el deseo es el olvido. Por algún punto nos tocará unirnos. Pa-pá. Dos sílabas no desenredan esta noche de soledad”.