La sombra de los planetas cuenta, a dos voces, un día en la vida de una pareja: Damiana y Santiago. A ella la acaban de despedir de su empleo como maestra de primaria y ahora podrá hacer eso que ha planeado durante meses: regalar a conocidos y desconocidos sus dibujos, una suerte de retratos chuscos y vulgares que la acompañan a recorrer –al compás de sus pensamientos obsesivos– la periferia de una delirante Ciudad de México. Él, en cambio, debe esperar sentado en su silla ejecutiva hasta que acabe la jornada, simular que trabaja cuando, en realidad, teclea un texto acerca del origen de sus insatisfacciones e incompletos amoríos, cientos de caracteres que orbitan alrededor de un futuro estéril.
En los tiempos de lo instantáneo, Gabriel Rodríguez Liceaga ha escrito una novela luminosa y perdurable, cargada de cuestionamientos en torno a la posibilidad y la imposibilidad del amor.
Luis Pastrana es un redactor con vocación literaria que trabaja en una agencia de publicidad y ejecuta las ideas del equipo creativo que ahora planea una promoción inusual para Pepsi: Biuti Full, el spokesperson de la marca refresquera, el famoso y miope reguetonero, dará un concierto en la ciudad más votada por los consumidores.
La campaña es un éxito en redes sociales, sobre todo gracias a un tuitero con miles de seguidores y aspiraciones de humorista que sugiere enviar a Biuti a un lugar perdido del mundo. Y no gana Apodaca ni Ciudad Neza, sino Kodiak, en Alaska, una ciudad con más osos que habitantes. A la agencia no le queda de otra que cumplir, así que mandan a Biuti al sitio más lejano del continente y junto a él, a Pastrana, quien además de improvisar un concierto debe lidiar con la sensación corrosiva que le dejó el mensaje de Luciana, su ex, en el contestador: «Tuve un hijo tuyo hace más de tres años. Murió. Ayer lo enterramos.»