La muerte de un gatito y las circunstancias familiares en que se produce acaban por dar cabida a una compleja constelación de sentimientos.
Cuando uno pierde una mascota suelen decirle los demás, con las mejores intenciones, “¡qué más da! Procura reemplazarla.” El autor deja bien claro que el asunto no es así de sencillo.
Reflexión, poesía, catarsis son tres de las constantes que se entretejen a lo largo de este puñado de páginas que, como buena parte de la mejor literatura, se resiste a ser encasillado en cualquiera de los géneros habituales.