¿Qué sucede cuando manejamos una diferente aproximación antropológica, ética y psicológica de algo que no es meramente teórico, sino existencial como el asunto humano de la denominada fealdad? Y en este caso, ¿qué sucede si en vez de preguntarnos por el valor de lo bello nos preguntamos por el valor de lo calificado fealdad? ¿No puede ser ésta una pregunta sensata para ayudarnos a salir del estado hipnótico que nos sumerge la razón en su adoración de lo bello? ¿Es admisible que un concepto ilusorio como lo Bello perjudique a tanta gente? ¿A qué se debe entonces que el ser humano viva entonces enajenado de su propia humanidad y se lance a la idealización de lo que no es? ¿A qué se debe que todo el acervo filosófico y cultural de Occidente nos vuelva insensible frente a las reales formas del ser humano y que sólo nos ocupemos de lo pintoresco de su fachada? La figura ha restado valor al fondo: la imagen ha usurpado el lugar del alma. Dejamos de ser lo que somos, para ser lo que parecemos.
