Llevar al teatro personajes del pueblo no implica necesariamente que se vuelva al realismo costumbrista de los años cincuenta; tratar el tema de la guerrilla no implica que se haga un teatro panfletario y demagógico; ubicar la acción en un pueblo del norte del país no obliga, necesariamente, a hacer un teatro convencional.
El estanque, de Roberto Corella, es una obra en la que se experimenta con el lenguaje, y las formas y giros populares se llevan a planos literarios y líricos. Lenguaje sintético, sugerente, poético, en el mejor sentido de la palabra, y una historia trágica y conmovedora sobre el amor de madre, la traición, la violencia, el dolor, la pesadilla y los fantasmas de la culpa que atormentan a esta nueva madre mexicana que puede ser tan universal.
El estanque me entusiasma; es un texto que, vuelto a leer y releer, me sigue perturbando y provocando entusiasmo y fe en el nuevo teatro mexicano porque puede estar a la altura de las más modernas técnicas de la composición dramática. Así pues, a pesar de su brevedad, esta obra está destinada a ser una de las más significativas de la dramaturgia nacional de las últimas décadas porque, además de su búsqueda estética y de sus hallazgos dramáticos, es un reflejo de la pesadilla que vive este país.
Víctor Hugo Rascón Banda