Miles de páginas de libros, millones de caracteres en tuits, cientos de blogs y horas de presentaciones se han dedicado a explicar la famosa distinción entre sexo y género, pero lejos de que se aclare nada, el desconcierto es cada vez mayor. El segundo de estos conceptos es central a un conjunto de ideas de aspecto vagamente progresista, basado en el axioma de que las personas tenemos una misteriosa identidad de género. Pero el problema no son tanto estas creencias, más esotéricas que revolucionarias, como las políticas a que están dando lugar en muchas partes del mundo, de espaldas a la sociedad, y que representan un grave retroceso en los derechos de las mujeres.
Para el público que contempla la polémica desde la barrera, todo puede resultar muy confuso, empezando porque las diferentes partes involucradas se pretenden feministas y porque cada cual usa género a su buen entender, con sentidos a veces opuestos.
