Campañas electorales abrumadas por spots abundantes pero tan breves que en ellos resulta imposible articular una idea argumentada, comentarios periodísticos que ofrecen veredictos pero no razones, silencios e imprecaciones en los más variados ámbitos, confirman el abatimiento del debate público.
Sin deliberación no hay democracia. Pero a la deliberación se le arrincona y se le rehúye, tanto en los medios de comunicación como en los partidos, el Congreso y en nuestras universidades, entre otras zonas del espacio público.
Deliberar, implica “considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de una decisión, antes de adoptarla”. La vocación mediática por el espectáculo y el estruendo, las intolerancias habituales en el quehacer político y la indolencia argumental de dirigentes y gobernantes, hacen infrecuente esa conversación abierta a las ideas de unos y otros.
Pugnar por la deliberación pública es hacerlo por una democracia de ciudadanos. Ésa es, ni más ni menos, la apuesta de este libro.