La lectura de este libro implica un viaje a un pasado romántico en el cual el cine importaba más que la vida –para parafrasear a García Riera–, cuando la apreciación cabal de una película parecía un asunto de vida o muerte.
La prosa de Jomí es tan elegante como él mismo. Sus críticas no son presuntuosas sino francas, bien documentadas por un conocimiento intrínseco de la naturaleza y la historia del cine y, además, permeadas de un saludable sentido del humor.
Pero no sólo de cine vivía Jomí. También era un apasionado de la literatura.