Es más fácil decirlo en negativo: la divulgación de la ciencia no es una forma diluida o rebajada de la ciencia. Desde luego se apoya en el conocimiento que producen los científicos, los métodos que emplean y las preguntas que hacen, pero no es un acto condescendiente para que alguien medio burro reciba un barniz de sabiduría. Para Sergio de Régules, la buena divulgación escrita es, sobre todo, literatura: vivaz, seductora, convincente. Este libro no es un recetario ni un texto académico que pretenda agotar el tema, sino que es algo mejor: es una defensa práctica y alegre de la elocuencia y un ensayo que encarna lo que predica. Dividido en dos partes, una dedicada a describir qué es la divulgación de la ciencia y otra a exponer cómo hacerla, condensa más de tres décadas de experiencia del autor y presenta una serie de filias y fobias, de advertencias sensatas y consejos fáciles de enunciar aunque para aplicarlos se requiera tesón y muchas horas de vuelo. Galileo negó de dientes para afuera su convicción heliocéntrica, aunque no dejó de pensar que la Tierra gira alrededor del Sol. De Régules sabe que la buena divulgación de la ciencia describe esa verdad astronómica pero también el drama íntimo del florentino, la opresión papal y la audaz travesura del derrotado. Y por eso, además de comunicar los hechos, toca las emociones del lector y lo mueve.