Ángel Norzagaray tiene un gran vicio: es un compulsivo contador de historias. De privilegiada memoria, recuerda todas las que le han contado, desde el "Zurdo" Norzagaray su padre, hasta sus hijos. Y las relata a sus amigos o interrumpe una reunión de trabajo para narrarlas; las adereza exquisitamente, de tal modo que uno comprende por qué ese señor se dedica al teatro.
Como dramaturgo, Norzagaray hilvana la imagen con la palabra; se agazapa detrás de sus personajes termina implantando en el ambiente escénico lo que él bien ha denominado la "estética del desierto".
El velorio de los mangos (junto con Cartas al pie de un árbol y El álamo santo) es una de las obras emblemáticas de este autor, director, actor, que a su vez se ha convertido en emblema para el teatro mexicano Pero además, El velorio de los mangos es un regalo para el director que desea la teatralidad mediata; par el que gusta de investigar en cada fonema del texto para el que sabe que el primer plano es vergonzoso.
Aquí está El velorio de los mangos, en esta edición que es como una caja llena de pistas escénicas que fanatizará la teatralidad.
Daniel Serrano