Con una perplejidad contenida y algunas esquirlas del desasosiego,Calabrese arma una mise-en-scène poética inquietante, sobre un acontecerque se debate en el sinsentido. De modo que lo perturbador asomade manera natural, metido en los intersticios de lo cotidiano, en una especie de descampado al borde de una ruta vista a veces comoesperanza y siempre como el cauce de un río torrentoso que arrastrasueños, una madre con sus ojos ya enterrados, una botella con unmensaje vacío, bicicletas, caballos o el frío de unas islas en el sur. Y es precisamente el hecho de naturalizar los elementos disonantesmediante una trama dialogada, con una holgura de imágenesvisuales, lo que dota a la poesía de Calabrese de las marcasque identifican sus búsquedas. Poemas tan logrados como «Métodopara calcular el tiempo», «Los demolidos», «El lingote de hierro»,«Los olores del pueblo» caminan sobre huellas con forma de signos de interrogación. De esa extrañeza está hecha la poesía de Calabrese y de ahí su originalidad, que descansa sobre una robusta base metafórica, una secuencia de conceptos y una escenografía onírica para configurar esta expresión que se desliza sin esfuerzo a otros lenguajes, dado el manejo de amplias franjas visuales con las que Calabrese componeuna verdadera road movie. Un silencioso apocalipsis que fluye por un cauce pedregoso y una esperanza robada en un amasijo de fierros retorcidos son los núcleos de este libro notable. Si la poesía es un maridaje entre el enigma y la realidad, la de Daniel Calabrese destaca sobremanera en el mapa poético de las últimas décadas, martillando ahí, donde la piedra tropieza dos veces con la misma vida.
Jorge Boccanera