Todo autor debe aclarar desde el comienzo el contenido de un libro que, como el presente, contiene una serie de artículos escritos a lo largo de más de dos décadas. Para empezar, el título de este libro, aunque breve, consta de dos vocablos cuyo significado no es tan asequible como podría parecer. ¿Cómo es posible que un cristiano viejo, por edad y por tradición, choque con una institución tan respetable como la Iglesia Católica Romana? Hablamos de “chocar” porque es el primer significado asignado por la Real Academia Española al vocablo “topar”. Topar significa “chocar una cosa con otra”. Pero la segunda y la tercera acepción son más útiles. Topar, dice la Academia, es hallar casualmente o, también, encontrar lo que se anda buscando. Me quedo con la segunda acepción para explicar mi topetazo con el vaticano. El choque con el vaticano, en mi caso, no es algo que estuviera buscando. Debo insistir desde el principio en que mi choque no es con la Santa Iglesia Católica Romana -como le ocurrió a Don Quijote-, sino con la Santa Sede, es decir, con el Estado vaticano. En otras palabras, el choque no es al nivel de las creencias, sino de las ideologías y de las políticas originadas en último término por este Estado.
