Un vigilante de un cine porno está sentado, piensa, escribe, espera. Su majestad pone la música es una reflexión sobre el oficio de la escritura, una defensa de la imaginación ante la miseria de la realidad y un desfile de máscaras detrás de las que se esconde el narrador. Ejercicio terapéutico, choque con el inconsciente y la sombra y viaje dantesco al corazón de los símbolos, Su majestad pone la música es también un homenaje a una tradición narrativa, un diálogo con las cabezas de Rulfo, Bernhard, Di Benedetto y todas las “víctimas de la espera".