Todo lo vuelve incierto la ausencia de una palabra. Y todo se pone en entredicho: lenguaje, entendimiento, visión de mundo. Ante el derrumbe inminente de su propia lucidez, el personaje describe los terrores -reales o imagnarios- causados por una enfermedad que depende más del espionaje y de la guerra secreta que de la patología propiamente dicha. El enemigo está ahíi, no por nvisible menos cierto, acechando en los replieges más ocultos de la conciencia. Su estrategia consiste en no declararse abiertamente, en dejarnos viviir, hasta el momento en que un síntoma, un "síndrome", nos enfrenta a la catástrofe a la que de todos modos estamos condenados.
