Al cumplir siete años, vi —por la casi recién inventada televisión a color— el lanzamiento de la perra Laika a la Luna. El impacto no se hizo esperar: yo también quería viajar al espacio. De modo que construí una´ nave con sábanas y colchas, y disfrazada con el casco de minero de mi papá, subí, en ella, y me remonté en vuelo hacia las delicias del teatro.
Pronto, sin embargo, no me bastó disfrutarlas a solas, así que invité a mis primos. Y aquí empezó el teatro de verdad porque, luego de preparar nuestras obras, pedíamos a los papás que asistieran a la función.
Ni qué decir el gusto que me dio ser yo misma público de obras realizadas por actores profesionales, en hermosos edificios con telones y luces. Cada función me daba ideas para mis propios montajes, y lo mismo sucedía con los libros y las películas.
Bueno, pues desde entonces no he dejado de inventar historias; es mi trabajo, me encanta escribirlas y llevarlas a escena o verlas publicadas en libros como éste. Sin embargo, la tarea quéda incompleta si no hay lectores o público, pues escribo para conversar con la gente.
No hay una respuesta inmediata, pero cada vez que una niña o niño lee un texto mío, cada vez que algún maestro organiza una lectura dramatizada o un director de teatro se anima a montar una de mis obras, añade al escrito sus propias ideas y emociones; lo termina, hecho que no puedo más que agradecer. Espero que tal sea el destino de Se busca familia, obra que parte de mi necesidad de echar por tierra el modelo de papá, mamá e hijitos felices´ que nos venden hasta en la sopa sin correspondencia alguna con la realidad.A ver qué opinan ustedes.
Berta Hiriart
