Para Claudio Magris, genio triestino, la escritura es el arte de la asociación. Moverse es mejor que riada, afirma, categórico, al inicio de El Danubio, obra maestra llena de hallazgos poéticos e históricos con un espíritu fragmentario: "se mira por la ventanilla del tren que se precipita en el paisaje, se ofrece la cara al escaso frescor que desciende de los árboles del paseo mientras uno se mezcla con la gente, y algo corre y pasa a través del cuerpo, el aire se mete dentro de la ropa, el yo se dilata y se contrae como una medusa, un poco de tinta sale del tintero y se diluye en un ruar color tinta". El traslado y la escritura se entrelazan en oposición a la muerte, colige en Pi' infinito viajar. Pletórico de imágenes, en El Danubio anhela que nunca acabe un atardecer, igual que nunca se llega más allá del horizonte. "El río de la vida,-fluye por nuestras venas", constatan Magris y sus compañeros de viaje -Car-los Fuentes, Alejandro García Abreu, Margo Glantz, Jorge Herralde, Javier Marías, María Teresa Meneses, Mercedes Monmany, Antonio Muñoz Molina, Josep Ramoneda, Jesús Silva-Herzog Márquez y Enrique Vila-Matas- en este libro, también partícipe de un espíritu fragmentario, que invita a dejarse llevar por el fluir de los deseos.
