Aquí entre nos -advierte Perelló-, ante la contundencia de los denuestos, yo también, si yo no fuera yo, pondría razonablemente en duda mi integridad. Marcelino Perelló, no es únicamente el hombre de las declaraciones explosivas, es ante todo un ser de conocimiento agudo y vasto. No le son ajenas las matemáticas, ni la cotidianidad, ni los juegos, ni la historia a la que observa desde el calidoscopio de la imaginación, con la claridad que le caracteriza y le permite el juicio de la información observándola con perspicacia y desde lo más permisiblemente humano. Los restos del naufragio es un fresco humano. Libro que a cada palmo es un sobresalto. Igual nos habla del derrumbe del comunismo que de la historia no contada del capitalismo, del año de 1968 y del dos de octubre en México y con ello "el fin de la necrofilia impuesta desde el Estado para contemplación nuestra", del progreso y la paradoja como sinónimos de la barbaridad, o, sencillamente de nosotros los bárbaros. De la conquista de América o como él lo llama "la masacre de los dos mundos".
Es la visión de un hombre quien desde el pretil de la utopía contempla la vida, entre recuerdos propios y extraños, deshilvanando no más que madeja del tiempo. No es aquí únicamente el encuentro con el Marcelino de la opinión política, este hombre es mucho más y si pudiera definirlo en apenas dos palabras emplearía: ensayista literario. Mas, sin ser en extremo riguroso, digo que su prosa es auténtica y a tal grado trabajada que en sus textos se halla el germen de la literatura y la imaginación con conocimiento de causa.
Esteban Ascencio
