A finales de 2002 se escribiría, a través de internet, una de las historias más escalofriantes de la primera década del siglo XXI. En Alemania, cuna de la reflexión y de la excelencia, Armin Meiwes usaría la red para solicitar: "Hombre joven que quiera ser devorado".
El anuncio se encontraría con la disposición de Jürgen Brandes, otro solitario que ofrendaría su vida —e incluso su sexo, previo sazonamiento con sal, pimienta y ajo— para agasajar a su huésped y encontrar en el dolor la comunión absoluta. La sordidez del caso conmocionó a la opinión mundial tanto por su talante sanguinario como por develar dos de los tabúes más arraigados de la sociedad contemporánea, como lo son la muerte asistida y el canibalismo.
Los prohombres, de Noé Morales Muñoz, se inspira libremente en este caso y nos instala en esta incómoda mesa donde el plato principal es nuestra propia soledad y la amargura de nuestro ideario. Lúcida y penetrante, pero no carente de un humor ácido, la obra incluye además uno de los monólogos más destacados del teatro mexicano reciente, aquel en donde Frankie deja claro que la rareza es siempre asunto relativo.
Amarte y devorarte: ser carne de tu carne. No es otra la cuestión.
Rafael Toriz.