Yo besé a ese pintor. Como te besé, Doña, ese día, en la explanada de la Place des-Arts. Primero, los labios. Para erosionarlos con suavidad. Su labio entre mis labios, entre mis dientes, caricias juguetonas. Su lengua entre mis labios. Succión. Dulzura. Boca húmeda de una saliva que no es la mía. Y el sabor salado de su piel. Hasta entonces nunca había sabido qué hacer con eso, con mis labios hinchados, mullidos almohadones nútiles. Salvo apoyar alguna vez sobres sus bordes un dedo dubitativo...