No, la verdad es que no se trata de un gesto de soberbia. Tampoco, como en la hora en que nacieron estos textos, estoy inmerso en algún personal combate con sombras tercas. Un amigo muy querido, Max Hernández, me enseñó el camino para escapar de las contradicciones y los espantos. Ahora sé que soy lo que he ido siendo; no lo que fui ni tampoco lo que aparento ser. Es por ello que estos personajes, construidos con la misma sustancia de la que están hechos los seres humanos, vuelven. No para morir nuevamente, sino para demostrar que en este doloroso país nuestro, dos y dos no siempre son cuatro y decir a gritos que hay espacios —los estadios o las universidades— que deben ser preservados del daño y la violencia. Y la muerte.