Pocos escritores de lengua española tuvieron una disciplina epistolar tan intensa y extensa como Octavio Paz: miles de cartas a otros escritores, a sus amigos, a sus editores y, desde luego, a las mujeres que amó. Además de su lealtad al buzón, Paz hizo de la lectura de epistolarios parte de su sistema de curiosidad crítica. Para él, las cartas eran una forma superior del diálogo, una adecuada sede para la discordia y la concordia, un diario compartido y una bitácora íntima de la propia vida.
Es el caso de las que Guillermo Sheridan recoge en este libro, las cartas que Paz envió entre 1935 y 1945 a quien llamaba “Helena”, la escritora Elena Garro, su primera esposa. Las cartas alumbran los primeros años de una intensa pasión que navegó del fervor del enamoramiento inicial hacia los escollos del tiempo
y al final naufragio del desamor. Además de ser “un esquema de nuestro espíritu, la confesión apasionada, pero clara, de nuestro corazón” —como le escribe a Helena—, estas cartas son también una guía de la formación intelectual del joven poeta y un febril registro de la vida social y política del México de esos años.