CAVAZOS GARZA, ISRAEL; ORTEGA RIDAURA, ISABEL
De un plumazo Felipe II concedió a Carvajal, en el norte de la Nueva España, un enorme cuadrado de 200 leguas por lado, que habría de llamarse Nuevo Reino de León. Habitado originalmente por grupos seminómadas —de quienes solo han quedado petroglifos y pinturas rupestres—, el poblador blanco no encontró la riqueza minera de otras regiones; en un medio geográfico hostil, a la vez que aislado por la infranqueable cordillera de la Sierra Madre, logró sobrevivir dedicado a actividades agropecuarias. Durante más de dos siglos la economía consistió en la trashumancia de millones de cabezas de ganado menor, que entraban a pastar desde el interior de la Nueva España.
A mediados del siglo XVIII, debido al éxodo de las familias que colonizarían Nuevo Santander, sobrevino la despoblación de Monterrey y otros lugares; sin embargo, varios descubrimientos mineros y la creación del Obispado restituyeron su antigua población. La apertura del Colegio Seminario, por otra parte, combinó la presencia del libro con la del arcabuz y la del rifle.
La lucha constante con los naturales hizo de esta una “tierra de guerra viva”, que se proyectó a la casi totalidad del siglo XIX, contra los comanches y lipanes de las praderas del sur de Estados Unidos, que habrían de asolar la región al acercarse la frontera en 1848. Ello y la cría de ganado mayor forjaron al hombre de a caballo, actor destacado en las luchas nacionales del siglo XIX.
Israel Cavazos Garza contribuye de manera significativa a explicar la participación decisiva de esta entidad en la vida nacional. En la Independencia, con Fray Servando; en 1846, resistiendo la primera agresión extranjera; y, durante los movimientos de Ayutla, la Reforma, La Noria, Tuxtepec y la Revolución, aportando relevantes caudillos.
La capital, Monterrey, tuvo durante siglos proporciones de aldea. Se advirtió luego un sesgo hacia el comercio y, venido a menos este florecimiento, el tesón del hombre del noreste viró el rumbo hacia la instalación de talleres de una industria incipiente. Isabel Ortega Ridaura se encarga en la segunda parte de esta obra de narrar los factores internos y externos que propiciaron el despegue de la gran industria al finalizar la década de 1880. La metamorfosis fue radical para el surgimiento del Nuevo León de nuestros días, cuya historia se intenta plasmar en esta obra.