La mundialización –la interacción generalizada a nivel planetario– suscita todo tipo de inestabilidades y turbulencias, asociadas a su vez a grandes transformaciones –científicas, tecnológicas, demográficas, económicas, urbanas– y a la intensificación en los flujos de información y actividad. Provoca distorsiones y alteraciones en todos los planos, que se ven acentuadas por la generalización de las políticas liberales. No implica un «fin de la geografía», sino todo lo contrario: los lugares conservan toda su importancia, aunque cambien de valor y de talante. Son las viejas coherencias locales las que estallan, puesto que el control de las redes parece importar mucho más que la gestión de los territorios. Estas mutaciones provocan un desfase constante en las mentes, pero también en las instituciones políticas y sociales. De ahí la urgente necesidad de crear una nueva política que sepa adaptarse a los requerimientos de la globalización.