Nunca me resultó fácil referirme a Charles Baudelaire (1821-1867).
¿Qué necesidad de comentario alguno tiene quien ha conseguido devenir, en letra y cuerpo, en persona y en obra, ardiente paradigma y evidencia viva, belleza contagiosa de la palabra humana y contagiosa tragedia de nuestra humana condición?
Genio es aquel cuyas palabras tienen más sentido del que él mismo podía darles, aquel que, describiendo los relieves de su universo privado, despierta en los hombres más diferentes a él una especie de recuerdo de lo que él está diciendo.
Aunque esas palabras de su compatriota, el filósofo existencialista Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), no lo aludan explícitamente, sin duda bien pueden aplicársele.
¿Y entonces, si él ha logrado encarnar, a sabiendas o no, a conciencia o por deriva de su ser más legítimo, su propio enigma y su destino propio, si en sus palabras están vivos su luz y su misterio, qué necesidad hay de comentario alguno?
Rodolfo Alonso