Sergio Blanco es sin duda uno de los cuatro o cinco dramaturgos mayores de la lengua española en la actualidad. Tan original y tan moderno de verdad que parece antiguo de los de verdad. Su obras es, desde Slaughter, de una hondura, un rigor, una intensidad y una inteligencia literalmente excepcionales en estos tiempos de ligerezas. Y al fondo, siempre, la tensión entre los dos principios quizás más permanentes y oscuros del teatro: la muerte y el juego. También en Kassandra, tan divertida en la superficies. Y que marca un punto de inflexión en la dramaturgia de Blanco: hacia el gran público y hacia la autoficción dramática. Es, entre sus obras, la de mayor difusión internacional, en puestas y ediciones. Sin una concesión a la facilidad y hablada en la lengua franca de nuestro tiempo, ese inglés macarrónico que entienden los que no saben inglés. En cuanto a la autoficcón, tan problemática en teatro, el autor uruguayo afincado en París declara, como Flaubert: Kassandra, cest moi.