En los cuentos de Julio Cortázar, el juego es cosa seria: está en la estructura de los relatos, en el fino tejido de los diversos planos narrativos e incluso en las reglas que se imponen los propios personajes a riesgo de pagar con la vida. Y sin cierta dosis de fantasía, suficiente para que el lector no sepa cuál es la verdad de la trama, la narrativa breve del escritor argentino no alcanzaría esa profundidad que nos embelesa. Acaso ello explique el gusto cortazariano por la transgresión, esa tendencia a disolver el orden establecido. En estas páginas, Gonzalo Celorio desarma con fascinación infantil la maquinaria de trece cuentos del gran Julio -lo mismo clásicos como "Casa tomada" que piezas menos comunes como "Vientos alisios"- y comparte sus hallazgos, más de una interpretación inesperada y el entusiasmo de quien, al cabo de medio siglo de leer a Cortázar, sigue disfrutándolo como si fuera la primera vez. Gracias a una certera mezcla de erudición y generosidad, esta lectura personal traza una renovada cartografía para adentrarse en la obra cuentística del autor de Rayuela.