Este hombre tiene abedules en el alma; los sembró en los tiempos en que decía a Chéjov.Sabe del poder y de los bienes de la conciliación y la tolerancia, un oficio no solo aprendido en sus andanzas de embajador sino en sus amados autores isabelinos.Fue un viajero incansable, pero todo empezó de manera sedentaria, como arrancan los mejores viajes.Tiene el ingenio de una lengua aprendida entre grandes autores clásicos, habladores heterodoxos, y una refinada sabiduría popular que acaso viene de su asidua presencia en la carpa Tayita.Basta con decir teatro y a Gutiérrez Vega se le ilumina la cara.Aqui te dejamos en presencia de Hugo, un extraordinario conversador, un hombre que confundiría pavorosamente a Monsieur Jourdain, pues habla y no es precisamente prosa todo lo que ahí suena.