«José Alfredo Jiménez tenía una cerveza nueva entre sus piernas, cerró los ojos y sonrió porque la vida con los huevos fríos era muy buena. Entonces, escuchó un ruido, algo parecido a un sollozo. Abrió los ojos despacito, como si supiera por adelantado que se encontraría con el resto del día podrido, aventado a la basura. No se equivocaba.»