La historia es un cuento cruel. Muy cruel. El hijo, al final de la obra, actúa casi como un Roberto Zueco del Cono Sur. Su presencia, desde el principio, genera inquietud y zozobra, su contraposición con una madre añorante y amorosa, pero quizá, también un poco ausente en la propia educación de su hijo.
Hay otro factor muy importante en la obra: la potencia de un lenguaje que en boca de los personajes adquiere una textura de gran vuelo en esa reivindicación de cómo un gran autor teatral contemporáneo, además de un constructor de estructuras o deconstrucciones interesantes, debe ser también un excelente autor de literatura pura y dura. En suma, la certeza de que el teatro también puede servir para ser leído, y no sólo representado.