Pablo Gross Herrera, en esta obra, demuestra cabalmente todo lo que ha aprendido de la contemplación del silencio. Mucho tendría que callar, pero decide valientemente revelar su crecimiento, cauteloso y sosegado, durante el tiempo que comparte. Las imágenes afloran, la oscuridad aparece, la memoria, con prudencia se asoma; con tranquilidad, los recuerdos se simulan, y el lector con quietud avanza entre los árboles que ceden su existencia a las hojas. Se interrumpe la vorágine de pensamientos, con tempestad sorpresiva se esconde un velo tímido que, con pausa, muestra el espíritu sacudido y la pasión florida. El silencio cede, pero al final reaparece, no por mucho tiempo, pues la expresión se sobreentiende, y el lector, crece internamente.