Cuentos de comjuros, de amanuenses y demonios son presa obediente de un viento demoniaco, de un hechizo de mandràgora que recorre el mapa de la ciudad; son víctimas de un demonio de nombre atàvico que lo mismo emerge de un espejo para poseer a una mujer, que insufla en los prosèlitos desprevenidos su vaho pestilente: el vendaval oscuro de la gnosis eròtica.