“Para qué la palabra”, se pregunta Luis Carlos Mussó, al comienzo de estos cuadernos sin descifrar, estas prosas recortadas, fundadas en una longitud media, que exige un tiempo mayor para su pronunciación (corchetes, vírgulas que proponen un salto de respiración, quebrada —quebradiza—) donde agoniza lo que debiera ser un ángel de la palabra, pero sólo es el suceso de la interpelación. Para qué. Para qué. Bien: para intervenir en estos Cuadernos de Indiana hay que pertrecharse en un lote muy singular: el simulacro. Porque en ese artificio que sólo posibilita la máscara, la ficción del poema hecha lengua desnuda la imposibilidad de comunicación (entendido esto como una sub-lengua que hace funcionar otro tipo de intercambio), decíamos: porque en ese lenguaje se instala una política de la propagación del signo, el acto nuclear de trabajar cierta escala asimétrica de la normatividad.
