Prodigioso, desaforado, incontenible, del irante son acaso los adjetivos inevitables cuando uno bucea en ese librero de las maravillas que es la biblioteca César Aira, unas obras deliciosamente incompletas, en perpetua expansión, donde al parecer cada lector puede encontrar una fábula favorita. Roberto Bolaño señaló La costurera y el viento como su libro preferido de César Aira.
Un niño se queda atrapado en la caja de un tráiler; consigo arrastra una cauda de personajes –su madre costurera con el vestido de bodas que está terminando, su padre en un camión casi de juguete, la novia de la boda y por supuesto, también el viento, Ventarrón, capaz de materializar lechos y mesas, de enamorarse y de irse de espaldas. Todos van no sólo al final del mundo, sino a una aventura donde se toma el espacio virgen de la Patagonia como si fuera la primera página de una literatura personalísima, que urge poblar con los más extraños vehículos, amores, personajes inolvidables.
Sí, Aira trabaja con los sueños que el cine parecía haberle robado a la literatura, y los recupera y multiplica, pero cobijado y frecuentemente escondido por esta narrativa donde lo único que se puede esperar es lo inesperado, hay un ensayista agudísimo que inyecta los venenos de su inteligencia aprovechando el deslumbramiento que produce su imaginación. ¿Qué es la velocidad? ¿Qué es la locura? ¿Cómo escribir?, se pregunta y se responde Aira, sin perder nada, ganándolo todo para su novela.