Que no me vengan con que ya han llegado o llagado el Cielo del Prezoso, porque de ser así sangra el dolor que también es juego y deseo, sangra la gana de revisitar una tradición, una manera de mentar que siempre será imaginar una realidad que está ahí -desde siempre- en pasmosa pereza y activísima tensión; no en vano el Lazarillo -al descubrir- arropa con su ritmo tan elocuente de frases que se ayuntan, o don Diego Hurtado de Mendoza con sus cangrejuelos y zanahorias doblemente ambivalentes, o ese misterioso Francisco de la torre tan próximo a Quevedo como Wendy a Peter Pan a su obra.