Al leer estas piezas, y también al representarlas, piénsese que son como esa infancia de rostro doble que Francisco Tario define en Una soga para Winnie: risueñas y claras, sí pero también mórbidas y peligrosas.
Para el director o los actores (o para aquel que tiene ahora mismo este libro en sus manos), apostar por una sola de estas caretas implicaría arrojar estas obras al vacío.Tal arduo equilibrio entre la risa y el espanto mantiene en pie este singular edificio dramático.
Alejandro Toledo.