LA obra poética de Hugo Mujica lleva ya muchos años poniendo del revés la concepción del mundo imperante en Occidente. Mientras otros se lamentan y entonen el ¿ubi sunt?, sus versos no se cansan de celebrar el reino de lo fugaz. El hecho es que todo pasa, ahora bien, ¿estamos maduros para advertir la hermosura de nuestra naturaleza propia? Donde Quevedo ve -con voz admirable, pero grave y doliente- "presentes sucesiones de difuntos", Hugo vislumbra y canta el misterio de lo eternamente naciente: "desnudos de lo que somos / no hay nada que no seamos". Más allá de la miope dicotomía entre el ser y la nada, entre yo y lo otro, la realidad única está continuamente floreciendo aquí y ahora, y es en la raíz de este florecer de todas las cosas -en el vacío y en el silencio- donde el poeta halla también su canto.
En A las estrellas lo inmenso, Hugo, que ya andaba sin camisa -huyendo de todo afán retórico-, parece querer arrancarle la piel al propio texto para mostrarnos un mundo inabarcable y transparente, el del pasmo y la gratitud: "Donde nada es / el don es esa nada". Humildes en su dicción, desnudos de anécdota, vibrantes en su pobreza, estos poemas son el resultado de un eros creador profundamente religioso: otro regalo para amantes y perplejos.
VICENTE GALLEGO