El tren de la malcasada es una novela que marcha sobre ruedas. Es el relato de un singular viaje (tan real como imaginario, tan gozoso como ocurrente). Dice el protagonista de esta historia que, abandonado por su amante, una mujer casada, no tuvo más remedio que irse a Moscú y emprender un viaje en el mítico transiberiano, que recorre los miles de kilómetros de la ancha Rusia para terminar el trayecto en el pacífico. El narrador, perfecto pícaro contemporáneo, mientras cruza Siberia, encontrará en Valentina, compañera de vagón, a la confidente perfecta para aliviar su mal de amores.
En realidad, este es un viaje al centro del humor, un juego de palabras, la celebración de un perfil de la idiosincrasia nacional llevado a sus últimas consecuencias. Esta novela, remedio contra la solemnidad, con frecuencia se detiene en la carcajada y se va por ramales tan léperos como ingeniosos y divertidos. No se garantiza que lleve a ninguna parte, pero es una estación obligada para los aficionados sin remedio a la picardía y el albur.
