SOLDADESCA EBRIA DEL EMPERADOR, LA

SOLDADESCA EBRIA DEL EMPERADOR, LA. DIARIO DE MIGUEL III

Editorial:
JUS DISTRIBUIDORA EDITORIAL S.A.
Año de edición:
Materia
Narrativa Iberoamericana
ISBN:
978-607-412-066-0
Páginas:
124
Encuadernación:
Rústica
Colección:
Contemporaneos
$ 140.00
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Mi nombre es Miguel y soy emperador. El tercero de este nombre. Según mi cuenta, soy el emperador número ochenta y cinco desde Augusto César y el número cuarenta desde que Constantino fundó esta ciudad. Mi nombre es Miguel de Amorio y soy romano. Tengo veinte años, cuatro como único emperador. Mi nombre es Miguel y soy alcohólico. El pueblo me llama el Borracho. Que me llamen como quieran…

En esta novela Pablo Soler Frost recupera el diario de uno de los emperadores más interesantes del Imperio Romano de Oriente, Miguel III, famoso por sus borracheras, por restituir el culto a las imágenes y por llevar una vida tan desordenada que al final lo llevaría a sufrir la traición y la muerte.

A la manera de un texto recobrado de otra época, la más reciente novela del escritor mexicano Pablo Soler Frost, La soldadesca ebria del emperador: Diario de Miguel III, repasa en primera persona las desventuras del último regidor de Bizancio perteneciente a la dinastía de los amoritas.

Coronado desde los tres años de edad y célebre por su conducta licenciosa, Miguel III evoca los últimos años de su vida, marcados por la veleidad política, su falta de autoridad y su cercanía para con los caros placeres de la comida, la bebida y el “amor que no se atreve a decir su nombre”, tal como diría el escritor irlandés Oscar Wilde, varios siglos después.

Breve, segmentado en anotaciones que permiten acercarse al espíritu atribulado de un monarca que vivió en tiempos cismáticos y, se dice, oscuros, este “diario” representa un atisbo a la personalidad de un joven emperador siempre bajo la autoridad material de otros, primero su propia madre, luego su tío y, finalmente, la de su propio amante, un “hombre de caballerizas” venido –se relata– de Armenia y que, después de desposar a la propia “preferida” de Miguel III, conspira y asume el trono tras la muerte del Beodo (el mote que la tradición le ha legado) para dar inicio a lo que la historia oficial consigna como la dinastía de los macedonios.

Pero, por supuesto, La soldadesca ebria del emperador no hace sino tomar distancia suficiente de los hechos propiamente históricos para permitir al lector un acercamiento a las vicisitudes de un joven educado y propenso a la reflexión, alguien cuya pasión por los libros, el arte, el vino y el hipódromo (y los varones atractivos también, claro) le lleva a la indecisión e incompetencia en el ámbito político y, asimismo, a ser “utilizado”; no sin percibirlo, en cierta medida, pero con el suficiente desinterés como para, informado, tomar poca parte en las acciones materiales que determinaron el funesto futuro de su propia estirpe.

Así, es la pasión erótica la que semeja el cauce por donde se conduce la vida de Miguel III. Bajo el imperio del deseo, la constante es un yo que padece y se somete al dictado tiránico de Eros.

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