Uno no debe confundirse con sus ropas. Éstas son necesarias para vivir, pero se gastan y se pasan de moda, y además, sin una saludable distancia, uno corre el riesgo de convertirse en disfraz de sí mismo, consagrado sólo a sus máscaras.
Para exponernos esta idea Carlyle recurre a un ingenioso y divertido artificio: inventa un autor y una obra inexistentes —el erudito profesor Diógenes Teufelsdröckh y su tratado Sobre los trajes: su origen e influencia— y nos ofrece sus «remiendos», es decir, su edición y comentario. El germen de la obra es la crisis de fe que vivió el autor en su juventud, su pérdida de confianza en la religiosidad tradicional, y su encuentro con una nueva dimensión espiritual.
Al mostrar que la civilización y todo cuanto a ella pertenece —nuestras lenguas y culturas, nuestros gobiernos e instituciones, nuestros rituales, filosofías y credos— no son sino vestimentas tejidas por el modelador espíritu del hombre, Thomas Carlyle satiriza el utilitarismo y materialismo de la edad contemporánea y reclama un modo de vivir más acorde con la condición de ser humano.